29.4.08

Acaecer de un día lluvioso

Escucho que afuera los dioses se han puesto furiosos y en un acto de capricho han dejado que toda el agua del planeta caiga al unísono.
Me armo de coraje y después de planear meticulosamente cuáles son los pasos a seguir, parto.
Ya parece haber tranquilizado el ambiente, pero así y todo cumpliré lo premeditado.
El primer plana era andar lo mas ligero posible hasta entrar al local donde compraría mi primer paraguas. Si primero, a pesar de mis casi 24 años, por primera vez comprare uno. Soy de aquellas personas que adoran el misticismo de la lluvia. Soy como Gene Nelly. No, no soy como él. Hasta él sabia como saborear un gran diluvio paraguas en mano.
Llego al lugar en cuestión. Molesta que semejante acontecimiento esté tan librado al azar. Habrá que conformarse con lo que halla.
Primera objeción: no hay de los chinos que parecieran entrar en un bolsillo. Descarto los infantiles. Recuerdos de la infancia me vienen a la memoria. Kitty estampada, parecía predispuesta al golpeteo sin cesar de los gotones. Mis padres al fin se dieron cuenta de cuanto disfrutaba de la lluvia al ver que con su regalo tan querido armaba carpas alojadas bajo la mesa de la cocina.
Mas abajo hay otros de adultos. De gente ya mayor diría yo. El motivo que prevalece es el cuadrille.
Tendré que conformarme con ello debido a la inexistencia en el mercado de paraguas para gente de mi edad.
Elijo el cuadrille mas punk posible, par que de algún modo deje entrever que no soy de las que usan paraguas y mucho menos éste tipo de paraguas. Lo compro.
No creo conveniente su uso todavía. Solo será expuesto en causas de fuerza mayor. Al cruzar la calle noto que las gotas cada vez más pesadas ameritan la inauguración. Con mucho disimulo lo abro.
La gente me observa, sus miradas guardan hacia adentro un “primeriza”. Y si ¿Cuál es el problema? En algún momento habrán tomado esta misma decisión.
Debo cruzar las vías. Dios mío (lo llamo a pesar de mi reciente ateismo).
El mismísimo Amazonas pareciera haberse desviado para correr a la par de estos rieles.
Los saltos deben ser sistemáticos. Primero aquella piedra y luego mi pequeño secreto: un tramo del riel no hay sido inundado.
Que estúpida fui al creer que la gente no lo había notado. Si que lo habían hecho y con ello también habían deducido que seria resbaladizo, por ende mejor estar predispuesto a la inundación total del calzado. Como esas uno sólo las nota después de sufridas, hasta que no tuve todo el peso de mi cuerpo sobre el gran zanjón no lo noté.
Desde Colombia donde iniciaba semejante desembocadura deben haber oído mis entredichos con el acontecimiento, más que nada conmigo misma.
Todavía ofuscada y sin darme por vencida camino hasta la parada. Prendo un cigarrillo, siempre sirve como distensión en estos momentos. Después de esperar al colectivo por lo que para mi seria lo más parecido a la guerra de los 100 años, lo termino. Todavía con algunos dejos de disgusto lo arrojo sobre el húmedo pavimento. ¿Pueden ustedes creerlo? No se apagaba. Yo pareciendo una esponja. El agua ahora ocupando en mi más de un 90% y esa colilla con fuego en su interior.
Al fin llega el colectivo, dejo en la parada mis rastros de mal humor. El coche se detiene y yo como una lady recién bañada por un juego de Jugate Conmigo cierro mi paraguas escocés y subo.
Creo que ya me aburguesé. La compra del malvado aparto quitó en mi todo afecto hacia la lluvia. Me convirtió en su mártir. Y lo que ayer habría sido una anécdota hoy fue un padecimiento.

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