13.5.10

Alejandrina

Discutíamos bajo el cielo de Nono acerca de la oscuridad. Nos entregaron el pedido de milanesas con fritas y casi inmediatamente volvimos en silencio.
Cuando llegamos miré el plato fijamente y muchos meses después me di cuenta de que nunca más comería las papas fritas que hacia mi abuela.

3.5.10

Vacaciones


“Confundí el desencanto con la verdad”.
Jean Paul Sartre

Entro por esas hendijas que solo quienes conocen el lugar pueden encontrar. Los pasillos no están nada sencillos de este lado. Puertas blancas, corredores desgastados por el uso. Nada equiparable al lado visible. En el primer piso me encuentro con un doctor, aunque solo lo sepa por su presentación. Llama al ascensor, pienso qué ocurrirá cuando esas puertas desvencijadas se abran. Nada, un enfermero, una mujer en silla de ruedas y una hija intentando tranquilizar con un “solo es un electro, lo hacemos y nos vamos”. Los dejamos pasar y después entramos. Rezo una y mil veces para que nada impactante suba en los pisos intermedios. Con tranquilidad llego, paso una puerta vaivén y allí están. Los coredores empapelados de azulejos, las sillas incomodas, el silencio y la casi nula luz.

Las horas pasan y el leve, casi inaudible murmullo, baja aun mas. La espera resulta incómoda, dos enfermeras asisten a todo un piso. Los acompañantes no paran de dirigirse a su guarida, en las habitaciones no hay timbres ni señales de humo, nada mas que un grito puede traerlas hasta la habitación. Quienes esperamos afuera vemos que no dan abasto, que corren de un lado a otro, que prolongan algunas cosas, que otras nunca llegan.

Algo llama atención en uno de los caminos que conduce a la 210, un par de gotas de sangre fresca sobre el marrón del piso. Cada vez que alguien pasa, es increíble la indiferencia frente a ellas.

Se hace el silencio. Aquí adentro, la noche desfasada del afuera nos hace perder la noción del tiempo. A las dos de la mañana nada se oye en los pasillos, las enfermeras ya no corren y los niños de pediatría descansan serenamente. Los gritos, las angustias, las estrangulaciones de dolor quedan puertas adentro. Horario de la privación del sufrimiento, de la soledad. Un par de horas después y a pesar de que todavía no salga el sol, el hospital amanece. Algún gentil hombre de limpieza te despabila para pasar un trapo que solo remueve la tierra de hace un par de horas. Al encontrarse cara a cara con aquellas gotas y sin dejar de mover la cabeza al compás de aquello que suena en sus auriculares algo lo extraña por un segundo. Sin siquiera usar el trapo pasa su zapatilla sobre ellas, las borra y continua con su trabajo. Todo ha vuelto a la normalidad. No se puede conciliar el sueño nuevamente, todo comienza a rotar otra vez, tan solo dos horas de sueño tiene este lugar y ya se oye de vuelta. Del afuera nada, sigue la noche.

Otra enfermera vuelve a deambular por allí, no son las mismas, pero por suerte fácilmente identificables. "Ya vengo, espera un rato, avisame cualquier cosa", cheques sin fondo para algún familiar desesperado, de médicos ni hablar, ninguna ronda hasta el momento. Con los primeros ases de luz el panorama cambia. Algún tipo de conexión con el mundo exterior debe haber. El sonido de la calle aparece casi inoportuno. Los azulejos comienzan a brillar, parece no haber diferencia entre el piso y las paredes, ese aire de gremio en la estructura te hace sentir en alguna especie de colonia o retiro. Pero no, corre una camilla a lo lejos y se cae nuevamente en la realidad. Pediatría, un poco mas remolona despierta mas tarde, un niño asoma la cabeza desde una de la habitaciones “¿no vio al doctor?, le quiero dar este dibujo”. No, la verdad no lo he visto, ni a él ni a ninguno y el niño inverna nuevamente en el interior de la 215.

Movimiento incesante pareciera desde afuera ser lo que lo define. Una vez dentro la realidad no es la misma. Esperas interminables por cambios, auxilios y demás cosas hacen creer que la entrada no garantiza la salida. La paradoja de un lugar que sana, que cura, que hospitaliza. En una de las habitaciones alguien pidió que cambiaran a un enfermo, después de corridas en busca de aquellas damas de blanco lograron el encuentro. Se dirigen a la habitación miran y con un “espera un rato, ahora vienen y la bañan” solucionaron la prórroga. El baño todavía aun espera ser llevado a cabo en alguna cama de semejante complejo hotelero.

2.5.10

Por favor salga de modo silencioso

Todos avisaban de su vuelta.
Yo, estrujaba una espera.
Los ojos abiertos desde hacia una tarde.
Esperar y no parar de esbozar planificaciones.
Simular: la espera no existe (aunque sea lo único en mente).