24.2.10

Un trabajador mas

Desaparecía cada noche sin dejar rastro. Sigilosamente deslizaba las sábanas sobre su esposa. Correrlas en sentido contrario implicaría mucho peligro. Primero el pie izquierdo, luego el derecho, unos dos metros ó 6 pasos de talle 37 lo sacaban de la habitación. Una vez fuera, sobre la silla de su izquierda, sus vestiduras. Todo el proceso no duraba más de 10 minutos, momento para el que ya debería encontrarse en la calle.
Muy poca gente circulaba en ese horario así y todo. La ciudad no descansa y siempre hay algún bar o taberna esperando atacar al silencio. Dos cuadras derecho, cruza la avenida, toma el parque por la diagonal y lo atraviesa sin pedir permiso. Vuelta hacia la izquierda, dos parquímetros, tres semáforos, un puesto de flores, dos bocas de subte y un medio metro hacia adentro. La calle angosta lo tranquiliza, ¿o es la llegada a destino? se sienta sobre el borde de la vereda y espera. Ni impaciente ni acelerado, poco a poco su intranquilidad se convierte en una especie de relajo que no lo termina de adormecer. Acomoda su cuerpo apoyándose sobre las rodillas. Cierra los ojos y el sol comienza a subir. Antes de caer en las profundidades de la espera, oye una voz delante suyo, casi desde su mismo lugar. Si no pudiera ver juraría que es él quien habla. Con un movimiento brusco sus ojos se abren de par en par. Un gato negro de pelo aristócrata le estaba explicando cómo colocar un cuerpo humano dentro de una pared.