23.9.10

Rock springs

Primeras horas de lo que al fin parecía una primavera. El día invitaba a un paseo lento por Corrientes. Me zambullí en cada librería, camine a paso lento, llamé a una amiga y quedé en pasar más tarde por su casa. Recién salía del trabajo, todavía me quedaban unas cuantas horas de facultad, y sin embargo me sentía como si fuera un quince de enero y estuviese recorriendo placenteramente una ciudad desconocida. Pensé muchas cosas, hermosas todas y por cada pensamiento frenaba un impulso de compra. Tal vez fue una combinación del calor, la liviandad de la ropa, el helado que me comí como una niña o Babasónicos susurrándome al oído palabras de adolescencia. Una vez más caminé mirando techos y tanques de agua. Descendí en las profundidades de una ciudad encantada, una ciudad recuperando la magia por unas líneas de temperatura. Espere un coche, dos, tres, cuatro, no llegaba mi turno.
En el viaje anterior al que me correspondía entró la curiosidad. La gimnasia colectiva comenzó antes de que bajen quienes escapaban de semejante lata, solucionado el tema de la salida (sólo fueron unos pocos), comenzó el forzoso ingreso. Una pequeña mujer de unos cincuenta y tantos años. Un hueco libre a la altura de su pecho. Sin necesitar el envión de alguien más ansioso que ella por subir, fue tragada por la masa fungiforme de cuerpos. Primero entró la cabeza y como dice Dani, el padre de una amiga, “si pasa, pasa todo el cuerpo“. Después, en una milésima de segundo lo que restaba de su pequeño y frágil cuerpito fue absorbido por el mismo agujero. Y no supe mas nada de ella. Miré a ambos lados. Con una sonrisa de par en par y repleta de asombro miraba con un “¿la vieron?”. Desde ya que al resto le pareció absolutamente normal y esperó indignado a que el próximo subte venga decentemente vacío. Yo me reía mientras Babasónicos seguía de fondo, había recuperado la extrañeza y otra vez podía recorrer la ciudad como una pueblerina más.